Y, durante todo este tiempo, no cerró los ojos ni un milisegundo.
No quería perderse ni un detalle de todo lo que ocurría a su alrededor. Su plan era experimentarlo todo, intentarlo todo, probarlo todo, hacerlo todo, reírse de todo, hablar de todo, cantarlo todo, tocarlo todo, degustar todo, verlo todo, oírlo todo, bailarlo todo, gritarlo todo, visitarlo todo, SENTIRLO todo...
Sentía que si llegaba por faltarle todo en algún momento, ella no estaría completa. Que el vacio se apoderaría de su ser para siempre y que nunca podría volver de ese orcuro y siniestro mundo que es la mediocridad.
Porque ella no era ni quería ser mediocre. Ella era una esponja, todo lo absorbía, cada situación, cada sentimiento... Lo aprobechaba para enriquecerse, para después descansar unos minutos y poder contempletar como había evolucionado. Que había CAMBIADO, paulatinamente, no de golpe, para convertirse en alguién mejor y mucho más completo.
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